Luego de dos largas semanas de audiencia en algunas horas se pondrá fin, de alguna manera, al caso Rangeón. Se trata de un productor de modas acusado de abuso sexual frente a seis denunciantes, que tienen mucho para contar.
Los primeros días fuimos espectadores de todo lo que tenían para decir las denunciantes, de las cuales se pudo concluir un modus operandi muy similar por parte del acusado, acompañado de detalles escabrosos. A esto se sumó el pedido de declaración constante y posterior al testimonio de las denunciantes, por parte del productor de modas, bajo la premisa de inocencia, manifestando su “verdad” y asegurando un complot hacia su persona.
La defensa dejo entrever, con el correr de los días, que la carta que jugarían seria la de a toda costa y mediante estereotipos machistas marcar a la denunciante inicial como pareja formal de Rangeón, para de esta manera y bajo la línea misógina que manejaron, sostener la idea de despecho alejada de la acusación real: abuso sexual.
Más adelante se pudo ver a un Rangeón demostrando a través de videos su rol dentro de la escuela de modelos que manejaba, algo curioso ya que es claro que las denuncias en su contra no se enmarcan en los contextos que intentó figurar el productor de modas.
También hubo tiempo para un “comunicado” donde reiteraba su inocencia y afirmaba: “En mis declaraciones jamás nombre ningún político, como se dijo de manera mal intencionada, tampoco tengo poder político, como se pretende hacer creer”, aseguró Rangeón. De alguna manera intentó desligarse de las acusaciones que lo vinculan con políticos de la esfera salteña. Tema en el cual sí enfatizó la representante legal de las denunciantes, Sandra Domene, quien se encargó de difundir un chat donde según su criterio se podría identificar dicho vínculo, bajo un “Den la cara y háganse cargo de lo que pasa”.
De esta manera, Domene dejó vislumbrar un trasfondo que podría ser aún mayor, incomprobable con solo ese chat, pero bajo la lupa de una justicia que por momentos no supo cómo contener un caso de esta índole. Mostrando una vez más la ausencia de perspectiva de género en la justicia salteña, en un caso que para muchos debió haber sido juzgado desde sus inicios como un delito de trata de personas.